martes, 23 de abril de 2019

Keep Walking

Soy José, pero mi nombre no es relevante en este momento. Lo serían si estuviese llenando un formulario o enviando tarjetas de navidad. No es el caso. Soy psiquiatra y sí es relevante en este momento. Estoy por llevar a cabo un experimento y es en gran parte la influencia de mi profesión lo que me inspira a realizarlo. Es la cuarta vez que escribo y borro. Esperando esa frase perfecta con la que pueda iniciar estas líneas. Luego de un segundo me doy cuenta que ese es el error. Pero no me detengo a pensarlo, decidí, por lo menos mientras escriba esto, no hacer las dos cosas que siempre hago: Esperar a que las cosas sean perfectas y detenerme a pensar. Las palabras salen solas. Estoy tratando de escribir más rápido de lo que mi mente es capaz de pensar. No la escucho la bloqueo, se siente un poco de inseguridad, pero no tanto. De hecho si estoy pudiendo escribir en un idioma en el que me sean capaces de entenderme, alguna parte de mi cabeza está pensando. Pero no es a esa parte a la que le queremos ganar. Estoy jugando la carrera contra la “otra” parte. Esa que siempre frena, que analiza, que repiensa las cosas. De hecho en estos momentos mientras la nombro trató de frenarme. Por un segundo paré. Pero mis dedos siguen, como si solos hubiesen entendido la consigna. Un yo tratando de escribir y el otro tratando de frenarlo. Puede ser que si no lo permito a la parte analítica pensar no vayan a salir cosas brillantes de estas líneas. No es el objetivo. Una película, “Descubriendo a Forrester”, me enseñó que para escribir es importante, escribir primero con el corazón y después corregir con la cabeza. Acá intento probar dos cosas: Si bajo una mirada estrictamente estética es verdad que escribir de esta forma puede mejorar la calidad de mis obras  y si soy capaz de vivir, un poco, aunque sea bajo la forma de palabras fuera de la seguridad de la mente que piensa. Tengo que confesar que en esta última parte se coló “la parte” que no queríamos. Voy a amuentar la intensidad. Trato de nublar la mente. Que los dedos escriban solos, que el sonido de ellos impactando las teclas de la computadora, motiven las escrituras que le suceden. Intento dejar la mente en blanco, es fácil cuando se está en un avión y lo único que se tiene para ver son nubes. Estoy alto, vulnerable, pienso un segundo sobre la posibilidad de caer. Dejo de pensarlo. No me hace bien y no le doy tiempo a este otro para que se aferre a la idea. Hay que llevarlo de un lado a otro, si nos quedamos mucho tiempo en lo mismo, es capaz de aferrarse y terminar con el experimento. Pero tampoco hay que esforzarse mucho. Es una paradoja, pero mientras más me esfuerzo en esquivarlo más rápido se da cuenta hacia donde vamos. Hay que llevarlo al terreno al que más miedo le da. Uno mismo. Mi nombre es José y él lo sabe. Lo que no sabe es que ha ayudado mucho y ha hecho mucho daño. Mucho. Mucho de las dos. Pero acá estamos yo, el que escribe, y él el que queremos esconder por un momento conviviendo en una misma persona. Su intromisión es inminente. Inevitable. Por que llegamos a la misma conclusión, el yo que escribe y al que queremos esconder están pensando lo mismo. No pueden separarse más por que se quieren, se necesitan y son indispensables el uno para el otro. Porque fue gracias a los dos que estamos acá. El que queremos esconder ayuda con las decisiones y el otro empuja para adelante. Cuando no sabemos que hacer le preguntamos al que queremos esconder y si aún así no sabemos que hacer el otro empuja para adelante. Nos lleva al límite. Empujan a mis dedos a escribir ininterrumpidamente a pesar de que el otro se haya entrometido. El que escribe empuja con fuerza, con una fuerza desmesurada. Corre aunque le tiemblen las piernas. Se queja, se queja mucho. Llora, putea, patalea. Pareciese que no se la banca. Se queja de todo, cuestiona todo y vuelve a llorar. Sin embargo, aguanta todo y sigue adelante. Nunca se resigna, por que sabe que puede perder muchas batallas pero si se resigna perderá para siempre. Y va a doler. Va a doler mucho más de lo que ya duele. Pero es ahí cuando pierde el miedo. Es ahí cuando pasa caminado. Con mucha fuerza. Asusta lo fuerte que pisa Pisa fuerte de verdad. Es entonces ahí cuando se lleva puesto a todos por delante y no es fácil para él. Porque que tiene cargar con él (el que escribe) y con el otro, al que queremos esconder. Llegan exhaustos hasta el final. Por que lo importante siempre fue eso. Llegar. Entonces el que queremos esconder agarra el timón otra vez y con más tiempo y menos urgencias se encarga de reflexionar, de cuestionar y de volver a poner problemas donde no los hay. El que escribe se retira a descansar. Se ríe mientras mira al “intruso” hacer todo lo que le gusta. Lo deja solo por un momento, pero no se aleja. Lo sigue de cerca. En cualquier momento el que queremos esconder se quedará sin respuestas y el que escribe deberá empujarlos de nuevo a los dos. “El que escribe” ya no es más el que escribe. “El que queríamos esconder” es el que está escribiendo. Extrañamente no se desespera. Por primera vez no es egoísta y no quiere arrebatarle su momento al “que escribía”. Por eso se despide de forma austera. Sin grandes frases, sin un gran repertorio. Dándole un merecido y tantas veces postergado agradecimiento al que “escribía”. Darles las gracias por haberse cargado así mismo y al que ahora escribe.

lunes, 18 de agosto de 2014

Un Hombre de Valor

Nació y respiró. Le dolió. Lloró. Volvió a respirar.
Desde ese momento hizo un pacto con la vida. La eligió.
Creció fuerte, curioso, sin miedos. No lograba reconocerlos.
Se dio cuenta de sus capacidades y se asombró. Se creyó invencible.
Se dio cuenta de sus debilidades y se asustó. Se sintió vulnerable.
Se dio cuenta de que no era el mejor en todo. De hecho, no era el mejor en nada.
Mucho tiempo pasó reprochándose esa condición. Después comprendió que era mejor así.
No existe tal cosa como el mejor.
Aceptó que no era el mejor en nada, pero entendió que era bueno en muchas cosas.
Aprendió que con esfuerzo, eso en lo que era bueno se transformaba en muy bueno y eso en lo que era malo se transformaba en no tan malo.
Disfrutó de aquello conseguido con esfuerzo.
Vivió con miedo. Mucho miedo. 
Pensó que era por todas las cosas que no podía lograr.
Se dio cuenta que era por todas las que podía.

Descubrió que el dolor, si proviene del alma, duele más.
Temblando, absorto, llorando, muerto de miedo. Los enfrentó.
Fue valiente...por unos segundos.
Entendió que la valentía no es una cosas que se adquiere en determinado momento.
La valentía es un título que el mundo pone a prueba todos los días y que una bocanada de aire nos puede ayudar a terminar eso que empezamos.
Entendió que los Héroes existen y son de carne y hueso.
Que es importante tener un plan y pensar las cosas, pero más importante es cerrar los ojos e ir para adelante con fuerza.
Aprendió a competir lealmente y a que es preferible perder a ganar como sea.
Aprendió a valorar las victorias, a no sufrir las derrotas y a que, pase lo que pase, no importa cuan
bueno se pueda ser, siempre...pero siempre se pierde más de lo que se gana.
Entendió que la vida no siempre es justa en la medida en la que quisiésemos.
Aprendió a amar hasta que duela. Y cuando duela...seguir amando

Él sigue acá entre nosotros. Actualmente, camina las calles de la ciudad y muy probablemente hayamos compartido más de una vez el subte o el bondi con él. Se viste y camina como uno más, haciendo imposible su reconocimiento a simple vista. Dicen los que lo conocen, lo única forma de identificarlo es colocando el oído sobre su pecho y escuchar sus latidos. Su corazón, el doble que lo normal, es lo único que lo diferencia del resto.


"...Es una cosa muy simple, pero tarda años en llegarse a ello. Cuando uno entiende el sentido de la condición de hombre, uno lo entiende a través de un vinculación ética con la vida, y cuando uno entiende el sentido de la condición de artista, uno lo entiende, el escritor, lo entiende a través de una vinculación estética, rigurosa con lo que hace. Ahora el problema se da en que somos hombres y somos escritores, entonces, nuestra vida se va a resolver de una sola manera: otorgándole a lo que hacemos esa misma carga ética con la que afrontamos la vida e intentando devolverle a la vida, el rigor estético con el que afrontamos la literatura..." 
El Maestro Julio Cortázar





domingo, 17 de noviembre de 2013

Centinela del Alma


Los hay de todo tipo.  Están aquellos que deseamos, aquellos que no deseamos para nada e incluso aquellos que ni siquiera llegamos a entender. Existen algunos que parecen sacados de un cuento de fantasía y otros que nos hacen temblar las piernas incluso mucho tiempo después de haberse terminado. Los sueños al igual que las personas, comparten una característica singular: cuando creemos entender todo sobre ellos, nos damos cuenta de que lo que realmente sabemos es insignificante. Es más, he llegado a pensar que existen mayores certezas alrededor de los sueños que alrededor de las personas.
Se han publicado innumerables estudios científicos acerca de los procesos mentales que desencadenan el sueño y las distintas funciones que cumple el mismo dentro del sistema nervioso central de nuestro organismo. Sin embargo, y a pesar de haberle dedicado hasta aquí 10 vastos renglones, no es la explicación científica del sueño lo que me motiva a escribir estas líneas. Son los mitos y leyendas, las creencia populares en torno a ellos lo que me aparta por un momento de mis tareas habituales para contar esta historia. Se conocen muchas versiones sobre lo que los sueños son o sobre el significado que tienen. Algunos creen que existen los sueños premonitorios, es decir, que uno es capaz de predecir el futuro a través de los mismos. Otros creen que uno sueña cosas que le pasaron en otra vida o incluso que uno tiene un alma gemela en otra galaxia o en otra parte del mundo a la que le pasan las cosas que uno sueña. El "Gran Maestro” Julio Cortázar ha profundizado esta última versión en una de sus obra (“Lejana”), aunque en ese caso no eran sueños propiamente dichos si no pensamientos esporádicos.
A pesar de esto, ninguna de ellas me parece muy original (son todas muy intuitivas) y a medida que pasa el tiempo, me resultan menos veraces y totalmente refutables. Sin embargo, hace poco escuché una que me llamó particularmente la atención. Pero no por ser menos pretenciosa que sus predecesoras. Su simpleza e inventiva hicieron que prestara especial atención en ella. En algunos pueblos del norte del país existe una leyenda muy particular. Ésta sostiene, que uno puede estar realmente en equilibrio cuando su vida en vigilia y su vida en sueño están en equilibrio. Uno es dueño en menor o mayor medida, de su vida despierto. Sin embargo, es muy poco lo que uno puede hacer en su vida dormido. "Sueñero" es lo que escuché. "Sueñero" fue lo que me dijeron. Un Sueñero es un elegido, un guardián,  un enviado cuya principal tarea en la tierra es cuidarnos durante nuestros sueños. No se trata de seres extraordinarios, con súper poderes o capacidades fuera de lo común. Se trata de personas comunes. Caminan entre nosotros sin que notemos su presencia, rien, lloran, se lastiman y mueren. Son exactamente igual a cualquiera de los mortales. Sin embargo, cuando cae la noche, se “disfrazan” de Sueñeros para proteger a sus soñadores. Es casi imposible reconocer a tu Sueñero durante el día, aunque algunos afortunados, muy pocos, lo han logrado. Estos últimos, algunas veces, crean un vínculo muy fuerte con sus soñadores y dejan abierta la puerta de los sueños para poder cuidarlos también en vida. Una vez abierta esa puerta, es imposible volver a cerrarla.

Llegaba tarde, pero no tanto..bah bastante, pero no mucho. No tenía mucha hambre, o sí; en realidad ni siquiera se había puesto a pensar en ello. Eran las 12 de la noche y su cuerpo había asumido desde hacia más de media hora, mientras todavía viajaba con gran parte del parietal derecho apoyado en la ventana del 128, que cabría la posibilidad de no comer. Sí, los augurios del destino le habían otorgado la suerte (aunque podamos discutir mucho tiempo sobre el concepto y el alcance de la palabra es indudable que los hechos fortuitos “beneficiosos” existen) de viajar del lado de la ventana. Puede ser que esta ubicación haya sido últimamente objeto de subestimaciones inmerecidas (a mi parecer), pero sólo el que es “habitué” del colectivo, ese que tiene varios kilómetros de “bondi” en su haber, únicamente aquél que a través de su vasta experiencia sería algo así como un “sommelier” en cuestiones de transporte público, es capaz de reconocer la diferencia entre la insoportable mediocridad de un asiento del pasillo y la invaluable comodidad de uno del lado de la ventana. Felicidad que puede ser menoscabada o por lo menos atenuada, si en lugar de una ventana propiamente dicha le tocasen esos rectángulos de vidrio rígidamente adheridos al marco, como si estuviesen soldados al chasis. Si esto llegara a suceder, sepa usted que no existe fuerza humana ni sobre natural capaz de “cerrar” o “abrir” por completo el espacio que esa “falsa ventana” crea con el marco. Ha estado en esa posición por años y seguirá estando así por mucho tiempo más. No se deje engañar por la manija, que intenta venderle una idea de movilidad que no existe. La manija está ahí simplemente para hacerlo quedar como un idiota frente a todos los pasajeros mientras lo miran haciendo fuerza inútilmente contra la estupidez humana de inventar una ventana que no cierra ni abre. Y como si esto fuera poco, usted puede agrandar el combo de la incompetencia humana si al lado de la “ventana” en cuestión encuentra un martillo rojo con una leyenda que reza “En caso de accidente rompa el vidrio con el martillo”.
Era una noche lluviosa y fresca, una extrañez teniendo en cuenta que era verano y uno de los más calurosos de los últimos años. Mientras dormitaba en el colectivo, gozando de su exclusiva ubicación , se había mojado un poco la cabeza con la humedad de la ventana, aunque sólo se dio cuenta de eso al llegar a su casa mientras se recostaba unos segundos en su cama.  Intentó no pensar mucho en el hambre, pero casi sin darse cuenta, se encontró preparándose un sándwich de jamón crudo y queso, y supuso que con eso bastaría.
 Lucila. Un nombre original, sin ser demasiado pretencioso. Un punto medio entre cauteloso y arriesgado. Algo así como: “No quiero que mi hija se llame María, pero tampoco le vamos a poner Eusebia”. Un nombre que te dice “Acá estoy, pero no me mires tanto que me pongo sonrojo”.
Porque se sentía verdaderamente sucia o porque tenía ganas de relajarse, o simplemente porque había sido una víctima del cliché que significa bañarse cuando uno llega a su casa de noche, se fue a pegar una ducha .
Había estado estudiando duramente, y esto no iba a cambiar mucho en los próximos días, debido a que en una semana tenía que rendir un final importante. Disculpen, el adverbio “duramente” resulta excesivo. No había estudiado tan duramente a fin de cuentas, es más, había estudiado justo la cantidad de horas necesaria para situarse en esa zona gris, ese límite indeterminado que diferencia el “haber estudiado” del “haber perdido el tiempo”. Sin embargo, había algo de verdad en todo esto: “Nada iba cambiar mucho en los próximos días”.
Al acostarse, su cerebro sucumbió ante un sueño profundo. Éste, particularmente extraño, sucedía de forma letárgica, cansina. Soñaba que estaba en su cuarto, en su cama, tratando de dormir, pero por alguna extraña razón, un ronquido grave y persistente no la dejaba.
Un momento, no era un sueño, había en realidad un ronquido grave y persistente que no la dejaba dormir. Se acercó al alfeizar de la ventana y en menos tiempo del que tardó en descubrir que el ronquido era verdadero, logró descubrir su origen.
El guardián de la cuadra, aquél ente que reside de forma temporaria en esos pequeños habitáculos verdes característicos de algunos barrios al norte de la capital, comúnmente denominados “garitas”, era el culpable de aquel aberrante sonido. Ese metro cuadrado, símbolo de la seguridad privada post-crisis. En este caso, símbolo de la “inseguridad” privada post-crisis.
Como se podía ser tan impertinente. Cómo alguien podía tener la desfachatez de faltar a su tarea y ni siquiera tomarse el reparo de esconderlo. Con los pies apoyados sobre un banquito, el garitero “apolillaba” como quién dice, para no perder el tiempo.
Muy enojada, Lucila agarró su pijama y se fue a dormir al sillón del Living donde las perturbaciones sonoras no la alcanzaban.
Se levantó temprano, con mucho calor y contracturada. Hubiera sido un milagro que sucediera de otra forma, los sillones no están hechos para dormir. Todavía. El día que eso ocurra estaremos frente a un nuevo paradigma, pero esa es otra historia.
Se dirigió a la cocina para prepararse el desayuno y al cabo de unos minutos apareció su Papá. No tenía otra cosa en la cabeza que el resonar de los ronquidos y mucha indignación acumulada.
 Por el rojo semblante de su padre, descubrió que los ronquidos no habían llegado a atravesar el largo pasillo de parquet de roble que separaba su cuarto del de sus padres. Ella intentó explicar medio dormida la situación a su Papá mientras este sorbía un rico café acompañado como siempre con dos tostadas integrales y queso crema. Fue tan poca la atención que prestó el padre en el asunto, que Lucila se quejó por la falta de seriedad con la que se trataban los problemas importante en esa casa.
Se repitió exactamente la misma secuencia que el día anterior. Colectivo. Estudiar. Perder el tiempo. Estudiar. Comer. Perder el tiempo. Estudiar. Colectivo nuevamente. No fue necesariamente en ese orden y no se realizaron todas las tareas con la misma intensidad. Si quisiésemos ser más justos, sobrarían algunos “Estudiares” y faltan definitivamente algunos “Tiempos perdidos”. Al descender del colectivo, a una cuadra de su casa, se fijó una misión. Todavía conservaba intactas las “heridas” provocadas por el perturbador de sueño de la noche anterior. Quería verle la cara aunque sea. Quería conocer el rostro de quien se atrevía a interrumpir el sueño de otra persona, refugiado en el anonimato de su guarida. Ya al emprender la caminata hasta su casa, decidió cruzar un poco más adelante de lo que lo hacía siempre y un poco en diagonal. Ese retraso en el cruce y su trayectoria no perpendicular, le permitirían pasar al lado de la ventana de la garita. Con un poco de suerte sería capaz de verle los ojos, si que este espécimen no hubiese perdido ya todo tipo de vergüenza y se habría puesto a dormir a las 8 de la noche. La caminata que emprendió desde la parada del 128 hasta su casa fue totalmente comparable a la caminata que realiza un experimentado pateador de penales cuando va a ejecutar la pena máxima. Permítame ahondar en esta analogía futbolística. Le está prohibido al ejecutante “amagar” antes de patear un penal. Como el término “amagar” es muy subjetivo lo que dificulta su imputabilidad, se determinó la prohibición de una forma más aplicable: “El jugador no puede detenerse COMPLETAMENTE una vez iniciada su carrera para impactar el balón”. La presencia de la palabra “completamente” es totalmente deliberada y permite entonces a los jugadores, aminorar su marcha siempre y cuando la velocidad de su carrera, en ningún momento de la misma, sea nula. Exactamente esto fue lo que Lucila hizo, comenzó a caminar con cierta velocidad y justo cuando se acercaba a la garita, disminuyó su paso y clavó su mirada en la ventana. Unos simpáticos ojos negros se la devolvieron, al mismo tiempo que una mano la saludaba. Sin devolver el saludo, agachó la cabeza, y se metió de lleno en su casa.

Alrededor de las 10 de la noche, después de cenar, se fue a su cuarto a intentar recuperar el tiempo perdido. Se recostó sobre la cama con las manos en la nuca, en esa posición “magnánima” en la que creemos que los problemas son más claros y las soluciones más obvias. Casi sin quererlo, terminó pensando en él. ¿No hubiese sido mejor decirle las cosas en la cara: “Señor no se duerma, está trabajando”?. No, hubiese sido un poco violento. O no. A fin de cuentas el que estaba en falta era él. Lucila no tenía por que sentirse avergonzada de decírselo. Si estaba cansado, debería haber dormido en su casa. ¿Y si en realidad tuviese dos trabajos para poder mantener a su familia?. Pero eso lejos de ser un aliciente, sería un agravante, por que seguramente su falta de sueño debía estar afectando su desempeño en los dos trabajos. Mmmm…pero si era por su familia era respetable, todavía inaceptable, pero respetable.

Uno a uno estos pensamientos se fueron metiendo dentro de su cabeza destruyendo y rearmando estructuras  en su cerebro. Le divertía jugar a eso. Sin cambiar de posición fue cerrando los ojos. Aparecieron otra vez. De repente y sin preguntar. Como lo hacen las visitas inesperadas. Los ronquidos, más graves y profundos que la noche anterior, resonaron en toda la habitación. Fueron llenando poco a poco cada uno de los espacios vacíos de la habitación. Debajo de la cama, debajo de los muebles, en los cajones, dentro del placard. Parecía como si fuese la misma casa la que estuviese respirando de esa forma tan dificultosa y bulliciosa. ¿Cuantas anomalías respiratorias juntas tiene que tener alguien para roncar de esa forma?. Período de inhalación (Supuestamente el más silencioso de los dos): 3 segundos. Fácilmente reconocible por ese silbido insoportable que aumenta su amplitud a medida que avanza. Período de exhalación (El ronquido propiamente dicho): 2 segundos. Sólo dos segundos son necesarios para que esta bestia abominable expulse de su garganta ese sonido aterrador que arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Y lo peor de todo, lo que más asusta, es que este personaje pareciera estar dormido.  Si esto lo hace dormido, no quiero ni imaginar lo que este espécimen es capaz de hacer en estado de vigilia.

Lucila se levantó exasperada, aturdida, resignada. Mientras buscaba unas colchas para llevar al sillón de abajo, dando por perdida nuevamente la batalla, se le ocurrió una idea. Agarró unas piedritas que cubrían el “piso” de una pecera que ya le quedaba grande al único pececito que deambulaba por esas aguas y se dirigió directo a la ventana. Abriendo únicamente una de las hojas de la misma, inspeccionó su capacidad de “tiro” y se acomodó para iniciar hostilidades. Uno a uno los “proyectiles” fueron cayendo sobre el techo de la garita. Luego de la tercera o cuarta piedrita, los ronquidos cesaron por un momento. Sabía que no era el fin, iba a ser una noche larga. Como era de esperarse, al cesar el bombardeo, los ronquidos volvieron. Sucedieron tres o cuatro transiciones de ronquidos no ronquidos, piedritas no piedritas. De repente, cesaron y no volvieron. Se escucharon unos ruidos y el guardia amagó a salir de la garita, abriendo la puerta y dejando todo su brazo derecho al descubierto. Desde allí inspeccionó el suelo y vió las piedritas. Miró para arriba en vano, Lucila estaba ya tirada en su cama, con la ventana cerrada.

No sabía si había sido el haber tomado tanta gaseosa el día anterior, el haber estudiado todo el día o el venir durmiendo mal hace un tiempo, pero hacía mucho que no tenía tantas pesadillas en una misma noche.  Se levantó angustiada, mareada, con imágenes muy pesadas en la cabeza. Por un momento se le ocurrió relacionar su “mal sueño” al episodio bélico al que había asistido la noche anterior. Bueno está bien, no sólo había asistido y no había sido un episodio bélico. Ella había aprovechado su posición estratégica para iniciar hostilidades, provocando un flujo unilateral de proyectiles hacia un blanco vulnerable e indefenso. Pero todo había sido por una buena causa. Como en casi todas las guerras.
Los días fueron pasando y la situación agravándose aún más. Las pesadillas eran cada vez peores. Mucho más intensas, mucho más reales, interminables. Desde la noche de las “piedritas” no se habían vuelto a escuchar los ronquidos, pero eso ya no importaba. Las pesadillas habían pasado a un primer plano. Deambulaba los días con mucho cansancio por no poder conciliar el sueño durante las noches y llegaba a su casa temblando de miedo. Sabía que al acostarse se dormiría y sería víctima de otro “mal sueño”.

Luego de cuatro noches prácticamente iguales, decidió hablarlo con sus padres. Lucila estaba empezando a preocuparse. Además, en menos de 4 días tenía que rendir ese final tan importante y no lograba concentrarse durante el día producto de las pesadillas. Interceptó a sus padres en el desayunó y les contó lo que le había estado sucediendo estos días. Para su sorpresa, ellos no estaban sorprendidos. De hecho, le confesaron que ellos habían estado teniendo pesadillas también. Que habían hablado con los Conrado, vecinos y amigos, y que la familia entera estaba padeciendo la misma situación. Siguieron transcurriendo los días y para el fin de semana toda la cuadra sufría de pesadillas. Ese Domingo se juntaron los vecinos en la casa de los Carmona para tratar de resolver el problema que los aquejaba. Sin pensarlo mucho pero apelando una visión probabilístca de las cosas, asumieron rápidamente que por alguna extraña razón se trataba de un problema “colectivo”. De esta forma, asumían también, aunque más no fuese inconscientemente, que la solución al problema colectivo, sería una solución para todos. Si no se prestase demasiada atención se podría cometer el error de “etiquetar” a los vecinos de este barrio de extremistas y exagerados. Entre el 90% y 95% de las personas son idiotas y gran parte del 5% restante no está dispuesto a realizar un esfuerzo para cambiarlos y prefiere en cambio vivir a expensas de ellos. Estos porcentajes se mantienen constantes sea cual sea la clase social, ámbito laboral o franja etaria. Se puede afirmar entonces, que la distribución de idiotas, es prácticamente homogénea. Entonces, con esta fuerte hipótesis (elevado porcentaje de idiotas) y con la conclusión de un problema de pesadillas colectivos a la que se arribó, es casi una tentación pensar que los tontos otras vez hicieron pesar su superioridad numérica. Lamentablemente, esta vez, los tontos parecieran no estar equivocados y la conclusión de un problema global con efectos individuales es la más factible de las dos. Si bien es verdad, que algo así como una “pandemia” colectiva de pesadillas o una “plaga” del mal sueño que afecte a toda una cuadra, son eventos con una bajísima probabilidad de ocurrencia, el pensar en distintos trastornos individuales para cada uno de los vecinos sería más improbable aún. No quedaban dudas de que las pesadillas estaban afectando a todos por alguna razón y de resolverse el problema para uno se lo resolvería para toda la cuadra.

Lucila ni siquiera fue a la reunión. Llegó tarde de estudiar y se metió en su casa. Durante todo el día había estado haciendo un esfuerzo para no hacer “esa” relación. Ya casi no le importaba el hecho de que al otro día debía rendir esta maldita materia. No quería que “esa” semilla se metiera en su cabeza por que sabía que una vez que hubiese tomado la fuerza necesaria sería imposible pararla. No podía haber una conexión. No podía haber un vínculo. Sin embargo, todo había comenzado ese día. Transcurrían las 10 de la noche y sus padres todavía no habían vuelto de lo de los Carmona. Decidió prepararse algo para comer, un sándwich de jamón crudo y queso. Como una especie de señal, era lo mismo que se había preparado la noche en que habían comenzado los ronquidos. Salió a comerlo a la galería de su casa, mientras tomaba un poco de aire. Desde allí se podía ver perfectamente la garita. A pesar de que ésta permanecía cerrada y con vidrios oscuros, estaba segura de que él también la miraba. Ella sabía. Él sabía que ella sabía. Ella sabía que él sabía que ella sabía. Sin muchas esperanzas pero confiando plenamente en lo que hacía, caminó sin dudar hacia la garita. Se paró a unos 30 centímetros de la puerta y dijo en un tono bajo pero constante: -“Yo sé que usted sabe que es lo que está pasando. Usted sabe que yo sé. Pero yo sé que usted sabe que yo sé”-. Una voz intentó interrumpirla pero ella no lo permitió y prosiguió –“No me cuente nada. No quiero saberlo. Sólo haga lo que tenga que hacer para que esto termine, por favor”-.
Fue hasta su cuarto y cayó rendida sobre su cama. Agotada, agobiada. La media luna sonriente y brillante la miraba dormir a través de la ventana. Empezó a soñar el mismo sueño que todas las noches. Era una campo verde. Los pastos le llegaban hasta la rodilla y le hacían picar la pierna. Por alguna extraña razón empezaba a correr. Corría sin parar y se agitaba. Dejaba atrás los pastos verdes y entraba ahora en un páramo. Mucho más seco. Sin vida, sin esperanza. Se sentía angustiada, mucha tristeza. Una pequeña casa de madera custodiaba el terreno. Tenía mucho miedo ahí afuera, pero ni se le ocurría entrar. Temía que lo que podía encontrar adentro fuese mucho peor. Los sueños, como la vida, siguen cierta lógica inercial. Mientras uno siga haciendo lo mismo, es muy probable que los resultados que obtenga sigan siendo los mismos. Pero muchas veces el cambio no es tan fácil. La mayoría de las veces uno no está dispuesto a cambiar tan fácilmente y deja pasar el tiempo mientras se regocija en su zona de confort. Otras veces, está dispuesto a cambiar pero no es capaz de darse cuenta exactamente de lo que debe cambiar. Es decir, cree que esta cambiando pero sigue dando vueltas sobre lo mismo. Otros, están dispuesto a cambiar, saben como y lo hacen. Sin embargo, la ansiedad los mata, los resultados nuevos no llegan, los resultados viejos se diluyen un poco. Pierden lo viejo y lo nuevo tarda en llegar. No tienen paciencia y terminan decidiendo volver a lo viejo, pero esta vez más convencidos de que nunca deberían haber cambiado. Por esta razón, muchas veces, la vida nos empuja al cambio. Hace del cambio la única alternativa para seguir. Una fuerte tormenta se desató en el sueño. Al principio sólo molestaba. Luego empezó a sentir mucho frío y se veían rayos cayendo en las inmediaciones. Decidió entrar a la cabaña. Nunca había estado en un lugar parecido, pero creía conocerlo. Sacó una vela del segundo cajón de la cocina y la prendió con una de las brasas de la chimenea. Se asustó. La chimenea estaba prendida. Había alguien más adentro de la cabaña. Busco a tientas, y con la ayuda de la escasa luminosidad que había, un sillón azul donde estaba segura que debía estar. Se sentó. El fuego de la chimenea empezó a avivarse gracias a la correntada de viento que entraba por la parte superior de la misma. Se dio cuenta que en frente a ella, a unos escasos 4 metros, había una persona sentada en un sillón exactamente igual al de ella. Supuso que era una persona, sólo veía la silueta. Tampoco se veía el sillón, pero ella sabía que había otro en la casa y debía estar ubicado en esa posición. Estuvo a punto de hablar, pero se contuvo. Conocía esos ojos negros de algún otro lado. Eso no le importaba. Estaba tranquila, serena. Se dejó disfrutar esos minutos de paz que hace mucho que no ocurrían.
Alrededor de las 8 de la mañana se despertó. Faltaban dos horas para el examen y debía apurarse. No pensó en ello. Estaba feliz de que las pesadillas habían terminado al menos por una noche, aunque tuve el presentimiento de que se habían ido para siempre.
Sueñero es lo que escuché. Sueñero fue lo que me dijeron. Un Sueñero es un elegido, un guardián,  un enviado cuya principal tarea en la tierra es cuidarnos durante nuestros sueños. Pero hay alguien que lo puede explicar mucho mejor que yo:

" Sueñero, Jinete sin descanso,
Sueñero, como un papel en blanco,
Sueñero, centinela de mi alma,
Sueñero, duérmete y dame calma"

martes, 6 de agosto de 2013

De escalones y monedas



Cuando iba por el número 13 perdí la cuenta otra vez. Hace ya 3 años que estoy en esto y la cantidad de escalones que tiene la facultad de derecho en su entrada principal, sigue siendo para mí un misterio. Existen incontables teorías acerca del número exacto.  Sin embargo, los distintos grupos de pensamiento “escalonístico” se pueden dividir en dos grandes corrientes.  Están por un lado, los que cuentan el primer peldaño, de aproximadamente mitad de altura que todos los demás, como un escalón. Por el otro lado, están los que afirman que eso no es un escalón propiamente dicho, sino un recurso utilizado por los obreros para sortear una falla del terreno. Dentro de las hipótesis más locas, están los que dicen que es una señal de mala suerte conocer el número exacto y los que afirman, sin miedo a equivocarse,  que Dios va cambiando la cantidad de escalones a “Piacere” para que sea imposible contarlos. Existen otros, los más sensatos, como mi mejor amigo y compañero Juan, a quienes simplemente no les importa. Cada vez que le pregunto si sabe cuantos escalones tiene, él, con la falta de paciencia que lo caracteriza, me responde : -“No sé Ezequiel, infinitos”.

Era un insípido Jueves de Mayo, y la clase de “Derecho Penal” terminaba a las 10. No sabemos si fue el frío o que todos parecíamos más ansiosos que de costumbre, pero el profesor nos liberó media hora antes. Crucé Figueroa Alcorta y me dispuse atravesar Plaza Francia a toda velocidad. Tenía que tomarme el 59 a cañitas, más precisamente Luis María Campos y República de Eslovenia. Allí alquilo un pequeño departamento con un compañero del colegio, ya que somos de Venado Tuerto y como muchos otros de nuestra ciudad nos vinimos a estudiar a Capital. Mientras caminaba, saqué dos monedas de un peso de la billetera y me las puse en la mano. Tengo un odio casi tan fuerte como irracional a ciertos hábitos ineficientes por parte del ciudadano común. Pero existe uno en especial que exacerba mi ira de una forma incontenible. No logro entender como pueden existir personas que están esperando el colectivo por más de 15 min y cuando llega la bendita unidad se suben inmutadas como si tuviesen todo el tiempo del mundo. Una vez arriba, un recuerdo se les mete en la cabeza como por arte de magia, el sistema de transporte en Argentina, por ahora, es oneroso. Entonces empiezan a buscar desesperadamente en su cartera o bolso las 19 moneditas de diez centavos entre Dios sabe cuantas pelotudeces podrán tener adentro del mismo. En ese momento surgen de adentro mío unas ganas de decirle: -“Señora, no busque dentro del bolso. La solución está dentro de su cabecita . Si todavía le queda un poquito de cerebro en ese balero. La próxima vez busque las monedas antes….Burra”-.  Todo este proceso lleva alrededor de 4 min, que en tiempos de tránsito vehicular es una eternidad. Mientras tanto, inmediatamente atrás, nos encontramos 10 personas en 2 metros cuadrados, atrapadas entre la humanidad de este espécimen en descomposición intentando pagar y la puerta del colectivo que obviamente el conductor cerró apenas tuvo la oportunidad. Perdonen el divague. Suelo irme por las ramas. Pero es por esta razón que acostumbro a llevar las monedas en la mano. Haciendo útil, el tiempo inútil.

Terminaba de cruzar plaza Francia cuando divisé a mi izquierda un par de indigentes que estaban mendigando. Inconscientemente me fui hacia la derecha sin dejar de mirarlos. Trastabillé.  En ese momento y como quien no quiere la cosa, quedé enfrentado a un viejito andrajoso q estaba sentado en el piso, apoyando sus espaldas sobre uno de los muros que encierran el cementerio de la Recoleta. Su aspecto no decía mucho. Llevaba puesto un conjunto de prendas que nada tenían que ver una con la otra y cuyo talle era dos o tres veces más grandes que el adecuado.  El “sastre” de la humildad no se fija mucho en los talles.  Al lado, una botella de Johnny Walker yacía inmutable. Arriba de ella, una extraña moneda plateada acostada, haciendo un esfuerzo inhumano por mantenerse en equilibrio. Un whisky caro en manos de un ciruja. No reparé en este detalle hasta unos minutos más tarde.  El hombre me miró fijamente, extendió su mano y me dijo: -“¿Tendrías una moneda?-. Casi de memoria y sin titubear, respondí de inmediato:-“No tengo nada maestr….”- mientras terminaba la frase, las últimas letras murieron en el cuenco de mi boca antes de poder ser pronunciadas. Me dí cuenta que el viejo miraba mi mano derecha. Se alcanzaban a ver perfectamente las dos monedas de un peso.  Rápidamente intenté explicarle entre gestos y ademanes, que aquellas monedas eran para pagar el colectivo. No me dejó terminar y me dijo lentamente:-“Ya te la devuelvo. Sólo quiero mirarla un segundo”-. Estupefacto, con más intriga que miedo, le entregué una de mis dos monedas. La sostuvo por unos segundos en sus manos y cerrando los ojos me dijo:-“¿Tenés ganas de escuchar una historia?”-. Asentí con la cabeza. No sé por que, pero entendí afortunadamente que era un momento único.  Que en una fría noche de Mayo, la ciudad de los besos mojados, nos regalaba un milagro. Cuanta razón tiene Fito cuando canta “Cuando en el mundo ya no quede nada, en Buenos Aires la imaginación”.

En un tono no muy fuerte pero constante, el relato se desenvolvió de la siguiente manera: “En un pueblo perdido en la montaña vivían un padre con su esposa y sus 3 hijos. Dos mujeres y un hombre. María, José y María José, en orden cronológico. El viejo, al cumplir 50 años, vendió sus 3 cabras, toda su fortuna, por 30 monedas de plata. Juntó a todos sus hijos al lado de la vieja chimenea de quebracho y les propuso un trato. Él les daría a cada uno de ellos 10 monedas con la única condición de que para recibirlas, debían partir inmediatamente de ese pueblo y tratar de desarrollar sus vidas en otros lugares. El viejo había tenido una vida tranquila, sin sobresaltos. Una vida “predecible” decía cada vez que se le preguntaba. Sin aventuras, sin imprevistos. Sin embargo y aunque no se quejaba, no quería lo mismo para sus hijos. Y así fue. Todos partieron. Al cabo de 15 años, la inminente muerte de su padre los volvió a juntar en el pueblo. El viejo venía mal hace un tiempo y estaba postrado en su cama. Pero como nadie muere en la víspera, el destino permitió este último reencuentro. Ni bien los vio, el padre preguntó con el fino hilo de voz que su estado le permitía:-“Cómo han estado?”.
María, la más grande, fue la primera en responder:-“Cómo seguramente te habrás imaginado papá, me está yendo muy bien. Practiqué innumerables veces la receta del pan casero de mamá, con las monedas que me diste compré algunos utensilios y puse una panadería. El negocio fue muy bien y abrí panaderías en otros pueblos. Ahora tengo otros negocios y una gran fortuna ahorrada. Tengo un marido y dos hijos pero no han podido venir, están un poco ocupados con esto del negocio”. Se hizo un silencio y José entendió que era su turno:-“A mí no me ha ido tan bien papá, también te lo debes haber imaginado. Utilicé esas monedas para llevar una buena vida. Viví a expensas de las mujeres y el alcohol. En un principio todo fue muy bien. Sin embargo, después de un tiempo, cada vez necesitaba más y tenía cada vez menos. Estoy solo y no tengo nada. Una botella de Whisky es mi única compañera en esta vida, ojo, un buen Whisky papá”. María José estaba callada en una esquina de la habitación. El padre dijo:-“Es triste, pero no fue difícil para mí imaginarme como les iría en la vida a ustedes dos. Pero tengo que admitir me da mucha intriga que ha sido de tu vida hija”- Miró fijamente a María José –“¿No tienes nada para contarme?”. Ella, se acercó unos metros hasta quedar al lado de su padre y comenzó a hablar:-“Como tu ya sabrás padre fui siempre una persona de muchas dudas, pero tú al obligarme a partir del pueblo, me hiciste un gran favor. Ese primer día, empecé a caminar por el camino principal y a las 5 horas encontré una bifurcación en el mismo. Mi primer gran dilema. Pasé una hora sentada en el piso tratando de decidir, pero no lograba definirme. Decidí echarlo a la suerte. Lanzaría una de las monedas que me habías dado por los aires. Si salía cara tomaría el camino de la izquierda, si salía seca el otro. Coloqué la moneda cuidadosamente sobre la uña del dedo pulgar y haciendo palanca con el dedo índice, la arrojé bien alto. En ese instante, mientras la moneda giraba sin parar, sucedió algo increíble. Un vacío profundo se apropió de mi cuerpo. Una angustia repentina. Deseé inexplicablemente que la moneda cayera del lado de la cara. Por alguna extraña razón quería tomar el camino de la izquierda. Un segundo antes de que la moneda cayera al piso, comprendí lo que estaba ocurriendo. Siempre supe lo que quería papá. A pesar de las inseguridades de mi mente, mi corazón nunca dudó. Solo hacía falta escucharlo un poco. Feliz, levanté la moneda sin siquiera reparar en el lado en el que había caído. Ya no importaba, nunca había importado. Desde entonces padre, viví una vida guiada por el corazón. Trabajé en el campo. Renuncié. Me fui a la ciudad. Renuncié. Volví al campo. Me enamoré. Me lastimaron. Lastimé. Pedí perdón. Me equivoqué muchas veces. Acerté otras tantas. Y siempre y cada vez que pensaba que tenía una duda arrojaba la moneda y escuchaba a mi corazón”-. Las lágrimas en los ojos del padre, no le permitieron disimular su emoción. Esa misma noche murió, al calor del la chimenea, en compañía de sus seres queridos”

Había empezado a llover hace unos minutos, pero no había caído en cuenta hasta que terminó el relato. –“Muchísimas gracias por la historia. Me alegraste el día”- dije tontamente. Me reproché, unos minutos más tarde, no haber podido pronunciar palabras más inteligentes. El hombre hizo un gesto con la cabeza, dándome a entender que había aceptado el cumplido. Acto seguido, me devolvió la moneda que le había prestado. Sin mirar el reloj, pero siendo consciente de que había transcurrido mucho tiempo, me incorporé rápidamente y emprendí mi regreso. Cuando había realizado sólo unos pasos, abrí mi mano con las dos monedas y frené en seco. No eran las dos iguales. –“Pará un segundo. Ésta no es mi moned……”-Grité mientras buscaba en vano la imagen de este sujeto extraño. Ya no estaba. No me sorprendió. Me dí vuelta y seguí mi camino.  Muchas cosas se habían aclarado esa noche, pero la cantidad de escalones que tiene la facultad de derecho en su entrada principal sigue siendo para mí un misterio.

domingo, 19 de mayo de 2013

El día D: Desembarco en la Blogosfera

Hoy,  Lunes 20 de Mayo en Australia y Domingo 19 de Mayo en Argentina, queda oficialmente inaugurado el tan esperado Blog de quien aquí escribe, Federico Gir Erdmann. Este evento está sucediendo por que, creo que es la forma y el momento de canalizar algunos de mis pensamientos.

Éstas son las razones:

- El placer de escribir. Siempre he disfrutado escribir, y aunque había abandonado la "actividad" hace un tiempo, he sentido la necesidad de retomarla.

- Un público crítico siempre servirá para mejorar, tanto el contenido como la forma de comunicarlo. Al publicar casi todo lo que escribo (obviamente habrá algunas cosas que se mantendrán en la oscura intimidad), mis textos serán sometidos a la mirada crítica e imparcial terceros. Esto me permitirá corregir mis errores y superar mis anteriores creaciones.

- El tan ansiado éxito literario. Aunque pueda sonar muy pretencioso, siempre he soñado con escribir un libro que pueda ser publicado. Con esto último quiero decir: que exista un idiota que me pague por escribir por que existen otros idiotas que le pagan al primero por publicar lo que escribo. Para ello, considero esencial tener un "termómetro" que me permita medir que textos han gustado y cuales no, con el objetivo de orientar mis futuras creaciones hacia el camino del éxito.

El 6 de Junio de 1944, el ejército aliado iniciaba el desembarco de 150.000 hombres sobre las playas de Normandía. Lo que marcó el comienzo del fin de la guerra más sangrienta del cual este mundo haya sido testigo. Hoy, Lunes 20 de Mayo en Australia y Domingo 19 de Mayo en Argentina, se inicia el desembarco de la pequeña tropa de 1 persona, comandada por el General Federico Gir Erdmann, sobre las playas de la blogosfera. Lo que marcará el comienzo de .....el blog de Girsich.